sábado, 1 de agosto de 1998

UNA REFLEXION SOBRE EL DOPING

Si hay que empezar por algo tremendamente positivo, podríamos decir que todo el tema del doping que se ha dado en el Tour de Francia debe ser el punto de partida para un debate que siempre estaba a punto de aparecer a todos los niveles pero que nunca acababa de plantearse por no sabemos qué intereses. La justicia francesa lo habrá hecho bien, mal o regular, pero lo que hay que agradecerle (y la historia lo reconocerá) es que ha metido el dedo en la llaga, aunque bien es verdad que ha llegado a tocar hueso. Quizá se han pasado, como aseguran los ciclistas, médicos y directores; quizá la primera vez no debiera haber existido una actitud tan agresiva en las autoridades; quizá se pudiera haber hecho todo de otra forma, pero quizá, también, estamos ante un mundo de locos en donde nadie ve más allá de sus narices y el triunfo de hoy se sobrevalora, aunque mañana y como consecuencia aparezcan problemas insalvables.


¿Por qué el deportista se dopa? ¿Quién ayuda a doparse al deportista? ¿Hay alguien que obliga al deportista a doparse? Son preguntas que sólo tienen respuesta en el entorno de los deportistas de élite y sus séquitos. Sólo ellos pueden entrar en ese terreno aunque todos tenemos nuestra opinión. El hombre de la calle opina pero no tiene ni idea de lo que se cuece ahí dentro, aunque sospecha cuando analiza lo que ven sus ojos. Y la conclusión que debe sacar al final es que no es ni normal ni natural que humanos como los que vemos en las tiendas, en el ambulatorio o en la parada del autobús sean capaces de alcanzar lo que luego vemos que alcanzan. Ahí se empieza a intuir que hay gato encerrado. Esas tres preguntas tienen tres respuestas totalmente lógicas: el deportista se dopa porque quiere alcanzar el nivel al que no llega con el entrenamiento, al deportista le ayuda a tomar sustancias peligrosas su médico y su entrenador y le obliga, de alguna manera, a doparse todo su entorno, incluído su sponsor.

Lo que demuestran estas respuestas es que todos esos personajes están en el mismo barco y tienen que hacer lo posible por llegar a puerto en la mejor posición sin tener en cuenta que por correr de esa forma quizá pasado mañana se rompa el timón, el motor o, quién sabe, el barco entero. Es lógico que el deportista se preste a este tipo de prácticas porque el más interesado en el triunfo es él y porque todas las horas de entrenamiento, de sacrificio individual y, a veces, de juventud desaprovechada, no pueden acabar en un octavo puesto: el objetivo es ser el primero. Por eso, en ocasiones, el deportista es responsable porque tiene conocimiento de que está aportando a su organismo algo que no es natural, es decir, algo que no lo da el entrenamiento deportivo. Otras veces, y las hay, el deportista es engañado por quien se puede ver beneficiado por sus triunfos y cae en la práctica prohibida sin saberlo. Y en ocasiones, el protagonista de esta película, el atleta, se deja engañar, intentando pasar la responsabilidad a otros y basando su defensa en el desconocimiento.

Dentro del debate sobre el doping, habría que analizar algo muy importante, algo de lo que no se habla habitualmente cuando sale el tema: ¿cómo sería el deporte si no existiera el doping? La respuesta, como casi todo en esta vida, es opinable. Seguramente la respuesta lógica sería decir que todo sería más aburrido porque bajaría sensiblemente el nivel en todos los deportes . Sin embargo no va por ahí la lógica ni mucho menos. Teniendo en cuenta que los aportes energéticos o de otro tipo no generan más que un aumento de la fuerza (máxima, resistencia y/o potencia), deberíamos distinguir los deportes en los que el nivel bajaría ostensiblemente y en los que no lo haría. Deportes como el ciclismo, la natación, la marathon, la halterofilia, es decir, disciplinas en las que la fuerza interviene de manera decisiva, bajaría su nivel en cuanto a marcas, pero es probable que el espectáculo, que, al fin y al cabo, es lo que le interesa a quien paga el mantenimiento del deporte, el espectador, no sufriría variaciones. Sería ridículo pensar que porque en el Tour de Francia se corriera a un promedio de 30 km/h iba a faltar el espectáculo. Lo que mantiene vivo el interés en una prueba de este tipo donde no se valora apenas la técnica individual, es la igualdad entre los atletas y eso seguiría igual.

Tampoco en deportes en los que la técnica tiene una participación fundamental habría demasiados cambios. Las denominadas popularmente sustancias prohibidas no posibilitan que un deportista mejore su técnica individual. Sí que en algunos casos mejorará el gesto técnico al proveerse su músculo de más oxígeno o al tener una muy desarrollada masa muscular, pero nunca hará que un tenista mejore su revés a dos manos, que un jugador de golf calcule mejor su approach o que un jugador de baloncesto logre mejorar su juego de muñeca en los tiros libres.

Estamos en un mundo en el que el dinero ya empieza a mover más montañas que la fe. El dinero lo mueve todo y el dinero ha llegado al Deporte y, lo que es más grave, ha entrado por la puerta grande. De un tiempo a esta parte estamos asistiendo al gran espectáculo del fin del espectáculo. El fútbol (sí, de acuerdo, los estadios están llenos, pero...¿hasta cuándo?) cada vez es más aburrido según la mayoría de los aficionados y parte de culpa la tiene el que se paga hasta por empatar y además, al revés que en el resto de la sociedad de los negocios, quien más cobra es quien menos trabaja, teoría asumida claramente por la grada (“¿cómo va a correr con lo que cobra”?). El ciclismo se basa en el Tour al menos para las figuras, por lo que ir a ver a Ullrich, Pantani o Zulle a la Vuelta a Asturias o la Setmana Catalana es un puro fraude ya que lo único que hacen es prepararse a su manera para la ronda francesa que es el escaparate por el que el resto del año van a cobrar contratos millonarios. El baloncesto nacional enfrenta no sé cuántas veces cada año al Madrid y al Barcelona porque los sponsors mandan y ya no basta con la liga de ida y vuelta. En el tenis se están estudiando fórmulas para que los partidos en pista dura no sean tan rápidos, porque las cadenas de televisión dicen que no es rentable la duración en algunos torneos y los jugadores deben seguir (el espectador es lo de menos) siendo multimillonarios.

Podríamos seguir con infinidad de ejemplos y darle vueltas y vueltas al tema de la economía en el deporte, pero el fondo de la cuestión es el planteamiento de que cada vez el dinero cobra más protagonismo y eso no es bueno, porque una competición deportiva nunca se debería convertir, como se convierten muchas, en una competición de marcas comerciales.

Así pues, el doping, aunque hizo su aparición en el deporte hace muchos años y se ha mantenido como una práctica hasta cierto punto tolerada, ha llegado a colocarse al frente de la actualidad deportiva para enfrentarse en juicio sumarísimo a toda la sociedad, a todo el mundo, a todo aquél que ama el deporte como algo positivo para quien quiera saborearlo. Y por mucho que nos digan unos y otros que nadie toma nada, por mucho que se defiendan unos a otros, hay que ser claro y reconocer de una vez por todas que la realidad es que habitualmente se ingieren sustancias, prohibidas o no, para mejorar el rendimiento deportivo de forma artificial y esto es innegable; como es innegable que doping y dinero van de la mano o, dicho de otra forma, donde hay dinero aparece el doping porque todos los del barco quieren llegar los primeros sea de la forma que sea.

No sabemos hasta dónde vamos a llegar con tan controvertido tema. Lo único claro de momento es que la polémica está servida y que los que cobran por decidir este tipo de cosas (políticos, miembros de comités y demás sujetos de palco y puro), van a tener que trabajar duro para convencer a los que cobran por dar espectáculo (atletas, entrenadores, médicos y sponsors) de que los cuatro únicos productos permitidos para meterse en vena deben ser: trabajo técnico, trabajo táctico, trabajo físico y trabajo mental. Será largo y duro el debate y Dios quiera que al final de éste los que deseamos un Deporte puro y sin intromisiones raras nos acordemos de Filípides cuando, después de recorrer los 42.195 metros del campo de Marathon, le dijo sencillamente a su jefe:”Nenikekamen” (hemos vencido).


JOSE M. SEXMILO
Entrenador Nacional de Tenis
(Publicado en Diario de Noticias. Agosto 1998)