jueves, 5 de agosto de 2004

EL FUTBOL: UN CUENTO CHINO

Tengo un amigo que dice que en el fútbol todo es mentira. Lo curioso del caso no es que lo diga, sino que lo diga una persona que vive del fútbol desde hace muchos años. Debo confesar que mi sentido común me dice que debo estar del lado de mi amigo, si no al cien por cien, sí en una proporción muy elevada.

Quisiera comenzar diciendo que nunca he estado dentro del mundo del fútbol, aunque sí debo reconocer que me he tragado fútbol como el que más. Así pues, reconozco que para saber mucho de fútbol uno ha tenido que calzarse en muchas ocasiones las botas de tacos, oler el inconfundible aroma del linimento Sloan (antes) o del Reflex (ahora) en la caseta y degustar el ambiente de un vestuario que canta o llora, según el resultado.

Desde lo poco que entiendo veo, entre otras cosas, que el fútbol es un mundo en el que el espíritu de trabajo no existe. No sé si habrá un deporte en el que se trabaje menos. Y, sin duda, es el trabajo en el que más se cobra por minuto. El futbolista trabaja entre hora y media y dos horas diarias (nunca he entendido por qué hay periodistas que se empeñan en destacar la “dura sesión de entrenamiento” a la que sometió el entrenador a los jugadores cuando pasa de dos horas) y descansa un día del fin de semana y otro entre semana. Además, uno piensa que entre el calentamiento antes de empezar a entrenar, los estiramientos de músculos y articulaciones previos, los ejercicios de vuelta a la calma del final del entrenamiento y los obligatorios estiramientos para terminar, se comen más de media sesión.

Entonces, ¿qué trabaja el futbolista? La respuesta es sencilla: “Muy poco”. Muy poco en cantidad y en calidad. Y si en cuanto a la cantidad ya está todo hablado, con respecto a la calidad habría que hablar mucho.

Los jugadores de fútbol saben hacer muy poquitas cosas con el balón, que es la cosa esa redonda que hay que dominar para vivir de este invento. Bueno, pues la mayoría corre muy rápido, salta muy alto, reacciona al estímulo con gran velocidad, resiste una gran carga de trabajo físico, pero a la hora de darle al bolo son, en infinidad de casos, unos tuercebotas. Y a las pruebas me remito: las jugadas a balón parado.


EL SAQUE DEL CORNER
Uno ya llega a aburrirse de ver corners mal sacados. ¿Tan difícil es golpear un balón que está fijo en el suelo hacia un punto establecido? Hombre, pues la primera vez seguro que no es fácil, pero cuando lo haces dos mil o tres mil veces no será tan difícil. Sí, sí, ha leído bien; digo dos mil o tres mil veces y seguramente me quedo corto. En el deporte, el trabajo por repeticiones siempre da sus frutos. A unos los convierte en buenos deportistas de su especialidad y a otros en muy buenos, pero el hecho cierto es que siempre se mejora. Con repeticiones, salvo el auténtico zote, todo el mundo consigue objetivos.

El futbolista debería saber colocar el balón en esta jugada en el primer palo, en el segundo, en el borde del área pequeña, en el punto de penalty, en el larguero, en fin en cualquier sitio premeditado. Es ridículo ver domingo tras domingo el triste espectáculo del saque del corner “a donde vaya”. Pero para mejorar hay que trabajar y repetir y repetir, pero parece que no hay tiempo suficiente para aprender a dominar el balón.

¿Sabe usted por qué en el baloncesto hay unos porcentajes de acierto tan altos en los lanzamientos de personales, aún teniendo en cuenta el tamaño del balón y de la canasta, la distancia de separación del jugador al aro y, en muchas ocasiones, la presión del marcador y de un público que no hace más que chillar? Pues porque los jugadores de baloncesto repiten ese gesto técnico miles de veces. Ni más ni menos.


EL LANZAMIENTO DE LAS FALTAS
Conozco a un histórico de la Real Sociedad al que le contaba todas estas teorías mías y me narró una anécdota muy sabrosa. Cuando dejó de jugar como profesional, se inscribió en un curso de Entrenador de categorías inferiores por seguir de alguna manera ligado a lo que era su vida y su pasión, el fútbol. Aquel día daba la clase un histórico entrenador, también de la Real, y hablaba del lanzamiento de las faltas. Mi amigo le comentó que él se extrañaba de que ningún entrenador le hubiera intentado enseñar en tantos años de futbolista a tirar faltas, a lo que el ilustre profesor le contestó que eso no se enseñaba, que con eso se nacía. Lo que oye. En ese momento se revolvió toda la clase contra el “catedrático” y, ante la crítica de todo el alumnado, se consiguió que llegara a ceder algo de terreno y reconocer que también en parte influía el trabajo, pero sólo en parte.

Esta anécdota define el mundo del fútbol. En los equipos se da el caso de que, según dicen los entendidos, un domingo no hay ningún lanzador de faltas en el campo. ¿Cómo que no hay ningún lanzador? Qué pasa, ¿que hay que ser especial o extraterrestre para aprender a golpear un balón sobre un sitio definido?

¿Sabe usted por qué los jugadores de golf profesionales golpean a la bola desde 150 metros y, sorteando un lago y varios obstáculos más, la dejan en el green a poca distancia del hoyo? Pues porque lo ensayan y ensayan y ensayan. Coja usted un palo y una bola e inténtelo, ya verá lo difícil que es. Pero si sigue intentándolo, experimentará que se le va haciendo, poco a poco, menos complicado. Eso sí, los intentos deben ser continuos, porque si lo hace una vez al año los frutos no aparecerán por ningún lado.


EL PENALTY
Aún sigue habiendo gente que duda si, cuando un penalty no acaba en gol, es fallo del jugador o acierto del portero. Pues hombre, a mí no me cabe la menor duda de que es fallo del jugador. Un balón bien lanzado siempre tiene que ser gol por la sencilla razón de que hay ángulos imposibles de alcanzar por un humano en tan corto espacio de tiempo. Se entiende que haya fallos, pero no es normal que se vea tantos penaltys mal tirados, acaben o no en gol. El penalty es un jugada que habría que entrenar continuamente, porque en ella se juega mucho un equipo. Pero, según cuentan las crónicas, sólo se entrena cuando hay partido de copa. Al menos eso dicen los periodistas.

Sabe usted por qué Juan Carlos Ferrero, cuando le saca un gigante de dos metros, a doscientos y pico por hora y se le planta en la red, coloca la pelota cruzada y a los pies de ese monstruo dificultándole el golpe fácil y preparando la jugada para hacer un golpe ganador? Pues porque ensaya este tipo de jugadas y muchas más, miles de veces, o sea, porque trabaja por repeticiones en busca de unos objetivos que podrían resumirse en uno: ser cada día mejor.


Ya sé que estos razonamientos no sentarán bien a más de uno, pero hay que entender que en el Deporte, y especialmente los que vivimos de él, todos somos una opinión. Uno piensa que no hay que ir contra el futbolista, ni contra los Entrenadores, ni los directivos. Hay que ir contra el sistema. No se puede digerir un Deporte en el que el jugador es multimillonario y trabaja poco más que un parado. El futbolista no es vago, pero se le hace vago. No es un buen ejemplo para el niño que ve desde fuera el fútbol como un escaparate de perfección. Seguramente, cuando el niño se hace mayor y ve toda esta mentira, se le hace el escaparate añicos.

Ahora bien, ¿quién se atreve a dar el paso?. ¿Qué entrenador es capaz de revolucionar esto y hacer trabajar una hora más al jugador cada día para corregir estas carencias técnicas? Y la pregunta del millón: ¿sería contratado por algún equipo ese Entrenador que hiciera trabajar una hora más cada día a los futbolistas o sería rechazado por los presidentes ante los deseos de los deportistas de seguir trabajando hora y media diaria?


Uno piensa que esto, que al fin y al cabo es un montaje, no tiene solución debido a los hábitos de un deporte que, paradójicamente, es el rey. Y mientras tanto, el jugador de baloncesto, el golfista y Ferrero seguirán trabajando y trabajando para mejorar al máximo y ofrecer mayor espectáculo si cabe al aficionado que, por cierto, es el que mantiene todo este tinglado. Una pena.




Josemari Sexmilo
Entrenador Nacional de Tenis
5 de Agosto de 2004

Publicado en Diario de Noticias el 8 de Octubre de 2004
Publicado en Diario de Navarra el 15 de Octubre de 2004